Crónica de mi Maratón Lala (SEGUNDA PARTE)

El sábado 29 de febrero la entrega de los kits fue en el estacionamiento de la Plaza Cuatro Caminos y, honestamente, cada año me sorprende más este maratón porque la organización es impecable, al menos así la vi, las atenciones para todos los corredores era gentil y de ayuda, los chicos que te entregaban tu número eran súper ágiles, amables y ya que te entregaban tu playera, nos sorprendían a todos los corredores por el gran kit que nos tocó en esta edición del Maratón Lala, que traía una mantita enorme padrísima con los colores y el logo del Maratón.

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Luego de comprar cositas lindas y disfrutar de la expo nos retiramos del lugar y buscamos algo rico para comer, después me fui a descansar un rato, para más tarde salir a trotar, estirar, cenar y por último dormir porque al siguiente día se venía un día lleno de emociones bien.

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Domingo 1 de Marzo: El momento llegó.

Y ahí estaba yo, sentada a las 5:00 a.m. en el sillón del lobby del hotel esperando el camioncito para que nos llevara a donde sería la salida del Maratón, toda nerviosa, aterrada, con la panza revuelta, pero a la vez feliz, emocionada y con cara de espanto, pero por momentos, esa cara cambiaba por una de “inguesu-ma”.

Llegamos a las 5:30 a.m. al Parque Industrial de Gómez Palacio, Durango, la salida sería frente a las instalaciones del Grupo Lala, pero aún no había tanta gente; sin embargo, ya se sentía la magia que provoca el maratón cuando estás apunto de salir rumbo a esos 42 kilómetros 195 metros.

Los minutos iban pasando y la planta de Lala se inundaba más de corredores y familiares, tuve la fortuna de salir con la segunda fila de los élites, la primera estaba formada por puro chingón como Madaí Pérez. Eran marcas por debajo de las 3:15 horas en mujeres. La segunda fila se formaba con marcas de hasta 3:30, por lo que pude observar. Saludé a muchas chicas súper rápidas que conocía de la Ciudad de México y a otras chicas a quienes solo conocía por Instagram.

Les confieso que estando ahí vi a una chica que admiro y respeto mucho por ser disciplinada, no tengo una relación amistosa con ella, pero por sus redes sociales y por amigos de amigos la ubico  y sé que es muy aferrada, disciplinada y competitiva, así que en cuanto la vi dije: “De aquí soy”, aunque sabía que ella era mejor que yo por los tiempos que trae y porque la había visto entrenar en El Ocotal muy bien, así que mi mente de inmediato me dijo: “Vete con ella hasta donde le aguantes y no te rajes, güey”. ¿Y qué creen que le contesté a mi yo? “¡Pos claro!”.

El juez Luis Pineda nos habló, nos formó y la chica de quien les hablé anteriormente estaba en el primer grupo, o sea de las buenas, así que a estas alturas los nervios, adrenalina y todo estaban a tope, mis piernitas querían correr a la voz de ya, les urgía correr, estaba emocionada, muy emocionada, se venía un gran día, un gran maratón, mi corazón lo sabía.

5…4…3…2… ¡Vámonooos!

A los 500 metros vi a mi mamá, le grite: “¡Navaaa!”, pero no me escucho, reí y dije: “¡Ay mi mamá, a ver si no le da el susto por no verme!”. Generalmente trata de verme en la salida por cualquier cosa: alguna caída, algo que pudiera pasar, así que pues ni pex, me traté de concentrar y seguirle porque quedaba mucho por recorrer.

El primer kilómetro siempre es eufórico, sacas un poco la adrenalina acumulada para ir acomodando tu paso; es para ir toreando la madriza que nos espera, pues.

Este maratón me encanta, es la segunda vez que lo corro, amo este maratón por su gente, se los recomiendo cañón; si no lo han corrido, les prometo que será una experiencia inolvidable.

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Llegando el kilómetro 3 vi a esta niña que les platicaba, la que corre bien rápido, y me emocioné al verla porque pensé que iba muy delante de mí, así que me acerqué y me fui con ella unos kilómetros; sin embargo, creo que no fue la mejor decisión, se empezó a jalonear un chorro, al principio no me percaté de eso, pensaba que era por la misma gente, pero conforme fuimos avanzando vi cosas que no me cuadraban y pensaba “¿Por qué son así?” Las mujeres deberíamos apoyarnos más, “¿Roció Pulido, dónde estás?”, abriendo un paréntesis, Rocio es una de las mejores corredoras de Monterrey y con ella me apoyé mucho en el maratón de allá, fue súper chingón ir a su lado hasta el kilómetro 21, después me espanté por el ritmo que llevábamos, pero esa es otra historia, si quieren leerla, está en mi blog. En fin, así que por ahí del kilómetro 10 o 13 me despegué y me fui del otro lado de la acera, estaba sacada de onda porque la verdad sentí feíto, aunque después pensé que quizá ella no está acostumbrada a correr con alguien a su lado, trate de no tomármelo personal y seguir.

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Luego tuve un ligero ataque de tos, me costaba trabajo respirar, pero nada exagerado, solo sentía como una especie de polvito en mi garganta y eso me hacía toser, tome un poco de agua y me tranquilicé.

Kilómetro 15: después de mi ataque de tos decidí dar un jalón extra porque la verdad si me sacaba de onda que esta niña siguiera jaloneándose y haciendo cosas que me sacaban totalmente de concentración, sabía que yo no traía mucho, pero ya me había hartado, era jugármela y pues con miedito, pero dije “¡Inguesu, vámonos porque aquí espantan!”.

Puente plateado: este trayecto -como de 200 metros- es tu momento, de verdad, te sientes de pasarela, eres el centro de atención de los fotógrafos, las porras y la gente hermosa del lugar, así que si no lo disfrutas y no sonríes es un verdadero pecado, se vale hacer lo que quieras, en serio, créanme es SU MOMENTO y yo en esta ocasión lo disfruté como no tienen idea porque sonreí, abrí los brazos, grité, me emocioné y dije: “Aquí está tu kilómetro mi George, de aquí hasta la Ciudad de México. Te quiero, cabrón”. Saliendo de ahí mi mamá me esperaba súper sonriente, es un lugar en donde no cabe ni un alfiler de tanta gente que hay al final del puente, logré chocar mi mano con la de mi mamá, me tranquilicé al verla y verla contenta me dio mucho más confianza, así que continúe.

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Por el kilómetro 19 me volvió a dar un ataque de tos, pero más fuerte, así que bajé el ritmo un poco para jalar aire y tomar un poco de agua. Si me estresó un poco esto, pero traté de no meterme tanto en lo sucedido y empecé a contar hasta que me distraje y a lo lejos vi el kilómetro 21.

Kilómetro 21: hablar con mis mejores amigo me llenó de mucha confianza, hablar con mi mamá antes del maratón me tranquilizó, leer mi crónica de mi pasado maratón Lala me motivó, así que honestamente en este kilómetro me sentía bien, haciendo a un lado lo de los ataques de tos, me sentía bastante bien, además el tratamiento de punción seca que me hizo George en mi muslo me sirvió un chorro. En cuanto llegué al medio vi mi reloj: 1:40, nada mal, pensé, y continué.

No sabía a qué ritmo iba porque mi Tom Tom se me descompuso, murió y me lleve un Casio, solo tenía el cronómetro y el objetivo de pasar el kilómetro 21 en máximo 1:40. Y así fue.

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Kilómetro 30: parecía que yo volaba, pase este kilómetro bastante bien, contenta, disfrutando al máximo las porras de la gente, era una sensación única y, de pronto, de la nada me vino otro ataque de tos, pero saqué flema, mucha, y tuve que bajarle al ritmo, tome agua, me tranquilice porque me estaba estresando y eso hacía que me diera más tos, así que como pude me tranquilice y poco a poco pude volver al ritmo.

 

Kilómetro 35: ¡Qué diablos! La última parte del fraccionamiento fue una cosa tan, pero tan pesada, no había mucha gente y no había tantos abastecimientos de agua y yo sentía mi garganta reseca, el calor ya estaba a su máximo, además cada que respiraba profundo me dolía, era un dolor muy molesto y me estaba desgastando demasiado. Mi mente me decía una y otra vez: “¡Que ya se acabe esta masacre, no mames, qué pinche calor se siente aquí!”, mis demonios salían y mis ángeles me decían: “¡Tú dale y ya”. Sí, como si fuera tan fácil.

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¿Saben algo? Siempre me he preguntado por qué la mayoría de nosotros, cuando corremos maratones, especialmente en la última parte, decimos tanta peladez. ¿O será que soy la única?

Kilómetro 40: mi mamá me esperaba en el kilómetro 38 y, cuando la vi, lo primero que le dije fue: “Me duele la espalda cuando respiro”, “¿Mucho?”, me preguntó y en seguida contesté que no, aunque si era doloroso, pero tampoco quería espantarla, así que seguí. Ya faltaban pocos kilómetros, la realidad es que en ese momento no sabía si era porque ya me sentía cansada y todo me dolía o era un dolor más fuerte por los ataques de tos que me dieron, así que lo único que hice fue mantener el paso. En el kilómetro 41 sentí más fuerte el dolor cuando respiraba, ahí me di cuenta que no era tan normal; sin embargo, solo faltaba 1 kilómetro, no era tiempo de rendirme, no era momento de bajar el paso. Mi mamá me hizo recordar a mis abuelos, así que les pedí que me ayudaran a llegar, solo era un kilómetro. ¿Qué era un kilómetro?

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En los últimos 195 metros mi mamá me gritó: “¡Síguele, dale, ya no puedo más!”. Ella apenas se estaba recuperando también de su salud y no había entrenado, esos últimos kilómetros la desgastaron mucho, entonces lo que me quedaba era chingarle. Di la vuelta y en frente de mí el monumento del Grito al Triunfo sobresalía del gran arco de meta, en las gradas muchísima gente gritaba cada que pasaba un corredor, la música, los aplausos, todo fue tan perfecto y especial, cada zancada me acercaba más a la meta y yo, sin poder controlar la lloradera, terminé mi octavo maratón con un grito: “¡A huevo, lo hice!”.

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Voltee y enseguida mi madre iba llegando, la abracé y ambas nos abrazamos, lloramos y sonreímos mucho. “Pensé que no lo lograría, ma, me duele mi espaldita”, le dije. Ella solo sonrió  y me volvió a abrazar.

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Estoy inmensamente agradecida por terminar, por vivir un maratón tan especial, por hacerme más humana y más fuerte. ¡Gracias!

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Gracias, madre, por estar ahí, por apoyarme tanto, por escuchar mis miedos y amarme tanto. Gracias amigos por estar junto a mí en todas mis locuras, su apoyo es lo máximo.

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Muchas veces somos controladores, queremos controlar todo y el mundo no funciona así, hagamos que cada momento valga la pena, demos todo lo que podemos dar y lo que no está en nuestras manos aprendamos a dejarlo ir, pero siempre haz todo lo que puedas.

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Gracias Torreón, me la pase bomba.

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Corre inteligente, corre con el corazón.

Janeth López. 

 

Crónica del maratón Lala 2020 (PRIMERA PARTE)

“Puta madre.  ¿Qué hago?, ¿lo corro o no lo corro?, ¿qué chingados hago? Me voy a subir un chingo de mi tiempo si sigo así, pero ya está todo. ¿Qué hago, maldita sea, qué carajos hago?”. Esto lo traje en mi cabeza, sin decirlo, casi todos los días que estuve enferma. Era como si alguien me susurrara al oído una y otra vez: “Te vas a subir un chingo de tu 3:15 en Monterrey si corres así, de por sí no estás entrenando al cien por la chamba y luego enferma”. Así es, yo solita fui mi verdugo por semanas y, créanme, no está nada padre.

¿Te gusto este párrafo? Pues pásele a leer la crónica de mi octavo maratón.

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Ya sé, me tardé años, pero entiéndanme: esto del coronavirus  vino a descontrolar mis quehaceres, pero ya está aquí lo que paso el domingo 1 de Marzo de 2020.

Quiero que se imaginen esta parte: Estoy dando la última vuelta en el bosque Venustiano Carranza, los gritos se empiezan a escuchar, los aplausos y, repentimentamente… un silencio que duró solo unos segundos, pero fue un silencio que me permitió escuchar mi respiración, sentir mi corazón latir fuertemente y… de pronto alcé la cara, dibujé una franca y eterna sonrisa en mi rostro y en seguida volví a escuchar el alboroto de la gente hermosa de Torreón para luego entrar a esos últimos 195 metros, llorando de emoción, de alegría, de esa felicidad que te hace vibrar hasta los huesos, diciendo una y otra vez gracias, gracias, mil gracias con la vista fija al arco de meta y más decidida que nunca. Mis piernas, emocionadas, pudieron abrir un poco más. Con gritos de: “¡Ya llegaste!” fui cerrando aún más, volteaba a ver a todos lados con la necesidad de que todo se guardara en mi memoria, cada color, cada imagen, cada detalle. La meta estaba forrada con la marca “Lala” y el azul tomaba un brillo especial y así, con hartos papelitos de colores en el piso, un arco espectacular y el monumento de “El Grito del Triunfo” al infinito jalé aire, crucé la meta y grité: “¡A huevo, lo hice chingada madre, lo hice!”.

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¿Se lo imaginaron? ¡Puff, qué maratón! Si bien no hice lo que yo hubiera querido en tiempo, lo disfruté, lo corrí, me esforcé, me apasioné y lo llore. Así son todos los maratones: te enseñan, te aplastan, te corrigen, te hacen soñar, te felicitan, te premian, te dan lo que necesitas aprender, ni más ni menos, son maestros y siempre lo he dicho: “tú puedes entrenar muy chingón, pero el que dice la última palabra y da los madrazos es el día que corres el maratón”.

Al decidir que correría este maratón, nunca me imaginé que en el proceso pasaría por dos temas que impactarían de forma importante en mis entrenamientos para Lala. Desde noviembre la presión del trabajo me fue llevando al extremo, algo que no me había pasado en mis otros maratones, digamos que siempre era la presión normal de todo trabajo, nada que ver con el estrés de esta vez. En fin.

IMG_20200125_191309_128  Mis entrenamientos iniciaban a las 6 de la mañana y me despertaba a las 4:30 a.m. para dejar todo preparado, regresar a casa e irme a la chamba como de rayo. Casi todos mis entrenos fueron en Viveros de Coyoacán por lo rápido que llegaba a mi casa y así tener tiempo de llegar a la chamba y no dejar pendientes para que al siguiente día pudiera irme a entrenar. Así transcurrió todo noviembre y al llegar diciembre fue aumentando el trabajo y también el entrenamiento. Llegaron las vacaciones y necesitaba un relax, así que me fui a Oaxaca, fueron días súper increíbles porque estuve entrenado muy bien, conocí  la pista de tartán, el polideportivo está increíble, si pueden vayan, está muy cerca del centro de Oaxaca. Visité también el Tequio, 100% recomendado, ahí hice mi primera distancia larga: 25 kilómetros bien chingones.

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Fueron días de descanso y de tomar toda la energía posible porque se venía mucha presión en la chamba.

IMG_20200101_135153_773Enero llegó y mis papás se me enfermaron, primero mi papá y después mi mamá, además se acumuló la chamba, así que ya no era solo el estrés del trabajo, sino también la salud de mis papas que no estaban bien. Mi papá salió rápido de la enfermedad, pero a mi mamá le atacó horrible. Tenía tos, gripa, dolor de garganta, dolor muscular y falta de apetito, todo esto me complicaba más y más hasta que me terminé enfermando también y a finales de enero empecé con gripa, después la garganta, luego la tos y entre el medicamento, dejar de entrenar, los cuidados y los remedios caseros se me quitó la gripa, el dolor muscular y la infección de la garganta, pero había un tema que me preocupada mucho: la tos no cedía para nada.

Los entrenamientos fueron transcurriendo, solo cumplía con un poco de distancia, a veces podía completar el entreno, pero otras me atacaba la tos y paraba, otras más me quedaba en casa. Me preocupada el maratón, era algo que mi mente me recordaba constantemente: ¿Cómo vas a correr, cómo?

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Faltaban 3 semanas y yo seguía con la tos, así que en teoría me faltaban 2 sábados para hacer las últimas dos distancias y decidí hacerlas en El Ocotal. La primera fueron 30 kilómetros a paso de 6 a 6:30 el kilómetro, lo sé, era muy lento, pero no podía dar más, era eso o quedarme en mi cama.

La segunda la hice también en El Ocotal, 30 kilómetros, ya un poco mejor, ese día me encontré a un alumno del profesor Benjamín (perdón, no recuerdo su nombre, soy una bruta) por la subida de la famosa “T” de El Ocotal y fue súper lindo, se acercó a mí y me dijo que escribía muy padre que eso la vida me lo recompensaría algún día, sus palabras en ese momento me marcaron y me motivaron para seguir escribiendo y, claro, seguir corriendo. Creo que si a alguien le gusta lo que haces y lo motivas para bien, vas en la dirección correcta.

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Y así cerré la última distancia previa al maratón: bien motivada.

La última semana fue de meditar, pensar positivo, controlar mis pinches miedos y ver cómo se peleaba mi yo insegura contrata mi yo segura: “¿Y si no puedes? Cómo no voy a poder, no mames, claro que sí puedes”, porque no me dejarán mentir, a todos nos ha pasado alguna vez en la vida en algún maratón o carrera, tenemos montones de conversaciones así, salen sin pensarlo, fluyen dentro de nuestra cabeza y hacen su desmadre que, en efecto, nos hacen dudar, pero también nos hacen bien chingones.

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Así que la semana iba transcurriendo y antes de irme a Torreón fui con George para una terapia y, créanme, me ayudó muchísimo, me hizo punción seca en el muslo, al otro día me dolía bastante, pero los siguientes días fue cediendo y el día del maratón mí pierna quería volar, literal. Él hace magia con las manos. Se los recomiendo ampliamente.

Platicando con él y confesando mi estrategia (¡Ah!, porque yo tenía una estrategia, que era dar todo en el kilómetro 30 y después lo que pudiera -lo sé, suene estúpido, pero la tos me hacía pensar pura estupidez) George me contesto: “Jan, si tu quieres correr 30 y después lo que salga, le estás diciendo eso a tu mente y ¿cómo sabes que no podrás dar más de lo que tú estás pensando? El maratón es de 42 kilómetros 195 metros, no es de 30 kilómetros y lo que sobre. Cambia de chip y ordénale a tu mente qué vas por 42 kilómetros 195 metros”. Cuanta razón tienes mi George.

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En efecto, jamás le ordenen a su mente que van por 30 cuando vas por 42 kilómetros 195 metros, jamás, grave error, y de ahí en adelante solo recibí puro consejo chingón de gente bonita.

Asimismo, Memo, un amigo y alguien a quien quiero y admiro muchísimo, me dijo: “¿Miedo? ¿Miedo a qué? ¿A fallar? ¿A no dar la marca? ¿Y que va a pasar si no salen las cosas como están planeadas? ¿Qué es lo peor que puede pasar? NADA, si las cosas no salen como están planeado, entonces lo vas a volver a intentar en alguna otra oportunidad y lo intentarás una y otra vez y las veces que sean necesarias.” Tengo amigos chingones, ¿apoco no?

Y así pasaba mi última semana antes del gran día, rodeada de amigos increíbles: Hypatia es una de ellas, la  amo con toda mi alma, son de esas amigas-hermanas de alma y corazón, gracias amiga por todos los días estar al pendiente de mí. Y mi Yolis bella, me sorprendiste con tu recomendación (después les platicaré a detalle en mis redes sociales lo que tomé para este maratón), por estar al tanto de mi salud, por las charlas, por retomar la amistad y la alegría de compartir el deporte que nos apasiona tantísimo. ¡Amo este ambiente de gente positiva!

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Y ahora sí, a lo que les truje chencha: El día del maratón llegó…. pero eso se los cuento en la segunda parte.

Corre inteligente, corre con el corazón.

Janeth López

 

Maratón Internacional de la Ciudad de México 2019 (Segunda parte)

Cuando se enamoran, ¿han escuchado la frase: “Me agarró en la pendeja y me dejó de la chingada”? ¡Ah, pues así yo, pero en la ruta del Maratón!

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Cuando pensaba que todo estaba transcurriendo increíble, ¡zaz!, llega una persona equis, se cruza la acera sin fijarse, te estampas con ella, te doblas el tobillo, sientes un jalo en la rodilla que te llega hasta la ingle y te cambia el panorama muy, muy cabrón.

De estar increíblemente contenta, en un segundo pasé a la frustración, al coraje y a la desesperación. Así te golpea el maratón cuando piensas que tú tienes el control. Pero vamos por partes y desde el inicio.

Mi mamá toda la vida me ha enseñado que debo ser muy constante y trabajar mucho por las cosas que me gustan, que me apasionan o que deseo  -si eso es bueno o no, es otra historia-; sin embargo, aplicarlo me ha abierto muchas puertas, así que desde que empecé a correr, los números élite con los que he corrido me los he ganado, uno a uno, y el del Maratón de la Ciudad de México no sería la excepción.

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El jueves a primera hora me fui a la Expo con mi súper entrenadora, ahí me dieron mi número chiquito para participar como élite en el maratón de mi ciudad – algo que me cayó de sorpresa porque saldría con las masters, súper masters- en efecto, ni yo me lo creía, pero era verdad.

La Expo no me encantó, siento que le podrían sacar un mejor provecho a todo el espacio del Autódromo Hermanos Rodríguez, pero bueno es mi opinión; nos fuimos de ahí después de comprar cositas y de saludar a varios amigos.

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Domingo 25 de agosto 2019:

Mi alarma sonó a las 4:00 a.m., abrí los ojos, me levanté directo al WC, me lavé la cara, me peiné, desayuné, me vestí de corredora, me coloqué el número y me calcé los tenis. La noche anterior dejé preparadas mis cosas en un sillón junto con mis geles y todo lo que comería en la ruta del maratón, de esta manera ya no estoy buscando mis cosas por todos lados porque con los nervios se me puede olvidar algo.

Luego nos dirigimos a donde sería la salida del maratón: Ciudad Universitaria. Llegué bastante temprano, busqué los baños, el guardarropa, y de pronto ya estaba en mi corral donde saldría con las corredoras más rápidas. Me sentía tan bien, nerviosa y con muchas cosquillas en la panza – me gusta sentir esas chingadas mariposas-, pero confieso que también odio esa sensación; sin embargo, es algo que disfruto de principio a fin.

Todo fue muy rápido, nos formaron, presentaron a las mejores corredoras que estaban en ese momento, se cantó el Himno Nacional Mexicano y en seguida el conteo: “4, 3, 2, 1”… ¡Vámonos!

“Llegó el momento de sacar todo el entrenamiento que durante meses se realizó”, eso fue lo primero que pensé cuando corría mis primeros 50 metros en la nueva ruta del Maratón de la Ciudad de México.

Luché muchísimo por no jalarme, y estar entre las mejores corredoras, traer un número élite y, además, sentir que vuelas por esa bajada del principio, en verdad, hace que la adrenalina se vaya a tope.

Me fue bastante bien los primeros 5 kilómetros, de hecho, me sentí muy tranquila, tenía la respiración controlada, y al pasar el tapete de los 5 kilómetros chequé mi reloj: “Todo excelente”, el tiempo estaba saliendo como lo pensé.

Mi mamá y una amiga, Yeraldi, me fueron siguiendo prácticamente en toda la ruta y eso me hizo sentir súper protegida.

Llegó el kilómetro 10 y sale en 44. Me dio muchísima confianza, era lo planeado y mi cuerpo estaba respondiendo muy bien. Mi respiración siguió muy controlada y mis pensamientos también.

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“¡Concentrada, tranquila, esto apenas empieza!”, me gritaba mi mamá en la Glorieta de los Cibeles, aquí me sentía increíblemente bien, quizá rebasada de confianza porque mi cuerpo estaba respondiendo de la manera en la que deseaba, eso me estaba gustando.

¡15 kilómetros! 1:08, todo estaba jalando perfecto, pasé un abastecimiento y tomé agua, siempre trato de tomar agua desde el primero para hidratarme o simplemente para hidratar mi garganta.

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Qué bonito sentía cada que me gritaban, hubo muchísima porra, y era una cosa fascinante: gritos por todos lados, apoyo, aplausos, ¡qué bonita mi gente de la ciudad!

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Y llegó Masaryk: el plan A falló, se tenía que usar un plan B como dijera un amigo, Jasiel; sin embargo, era algo en lo que jamás había pensado. ¿Un plan B? pues sí, un plan B porque el objetivo seguía siendo el mismo: llegar a la meta, aunque me rehusé muchas veces.

¡Y aquí vamos! Había muchísimas personas echando montones de porras, era una cosa increíble, todos gritando y aplaudiendo, con matracas y tambores, las personas se vuelven una sola cuando se trata de apoyar a los corredores, qué cosa tan más bonita.

Recuerdo pasar un abastecimiento, y más adelante veo a un niño salir de un montón de gente y cruzarse la cera corriendo y antes de que pudiera pensar en algo, escucho la palabra “hijo”, choco con la mamá del niño, mi rodilla pega con su pierna y mi cuerpo con su medio cuerpo, solo pude detenerme un poco con mi mano derecha para no caer, sin embargo, mi tobillo se dobló… sentí un jalón tremendo de la rodilla a la ingle y le dije a la señora: “Vieja estúpida, pendeja” (estaba muy molesta), varias personas que estaban cerca le reclamaban por haber dejado a su hijo cruzarse de esa forma. Yo traté de incorporarme mientras me preguntaban si estaba bien, traté de dar el paso para correr, pero era fuerte el dolor de la ingle y del tobillo, así que a 100 metros -entre que trotaba y caminaba- me terminé parando por completo, grité, grité y maldije muchísimo y me puse a llorar.

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En ese momento me perdí, me sentía frustrada a más no poder, perdí la cabeza por algunos metros, lo único que llegaba a mi pensamiento eran maldiciones, muchas, muchas veces maldije ese momento y dude en continuar, mi cabeza no daba una, me cerré por completo unos minutos: “Tú puedes, vas muy bien. No pares, recuerda que tu familia te espera en la meta”, escuché que alguien gritó; en efecto, Many me esperaba en el kilómetro 27, así que alcé mi cabeza, como pude volví a trotar y decidí seguir hasta el kilómetro 27. “Le pediré a Many que le avise a mi mamá que ya no continuaré”, pensé.

Mientras corría, recordé algo que me decía mucho mi mamá: “si vamos al faro es para que fortalezcas tus tobillos”, así que eso fui diciendo por algunos kilómetros. (No me funcionaba del todo, pero me distraía del dolor)

No hubo kilómetro que pasara sin antes pensar en salirme, fue una verdadera lucha. Un estira y afloje.

Kilómetro 27: ¿Dónde está Many? Pasé el Museo Soumaya y ahí escuche a Yola, -una amiga-  “¡Vamos, Janeth!”, levanté mi mano, agradeciéndole el gesto. Luego, continúe preguntándome: “¿Dónde está Many?”, no lo veía, pero alguien me gritó por ahí: “¡Eres una chingona, Jan, vas muy bien!”, y de pronto vi a Many. “¿Me salgo?”, me pregunté, pero no pude salirme porque había mucha gente y me dio pena, así que seguí y dentro de mí dije: “En el 30 me salgo”.

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Escuché un chorro de gente que me gritaba: “vamos, Viveros”, voltee y vi a algunos amigos que conozco de Viveros de Coyoacán. Por primera vez, dentro de todo este desastre, me sentí profundamente afortunada por tener a tantas personas increíbles, por su apoyo y por su cariño. Recordé a todos mis amigos que bajaron la aplicación para seguirme y eso me dio valor, me sentía muy perdida, pero me parece que dentro de todo tuve fe en que llegaría a la meta.

Many se acercó: “¿Quieres gel?” “¿Quieres agua?”. “No”, le contesté, quería decirle cómo iba, pero sentía que si le decía me iba a soltar a llorar, así que seguí junto a él sin decir nada y peleando un poco contra mis ganas de salirme. El dolor de la ingle iba creciendo cada que seguía de necia en querer abrir más mi zancada y el dolor del tobillo era soportable mientras no había una bajada en mi camino.

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“¿Quieres agua?”, me preguntaba constantemente Many. Creo que al igual que yo, veía que mi objetivo se estaba yendo al caño. Dejé de ver el reloj, era obvio que mi ritmo ya lo había bajado, así que no quería frustrarme más y decidí no verlo.

Siempre suelo disfrutar la ruta, me gusta observar qué hay a mí alrededor cuando corro, pero esta vez me concentré 100% en mi paso, en tratar de acomodar mi pie para no sentir tanta molestia y dolor. La meta era llegar.

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Kilómetro 30: qué kilómetro tan más pesado, además del jalón que sentía en la ingle, se iba agregando un ligero calambre cada que forzaba mi pierna para abrir el paso, era desesperante querer hacerlo, sentirte “bien” y que tu cuerpo no te lo permita. “¿Y si ya me salgo?”, pensaba.

Creo que no hubo ningún kilómetro, a partir de Masaryk, que no pensara en salirme. Luché como nunca con mi mente, esa pinche sensación de mandar todo a la fregada me invadía cada instante, me frustraba ver cómo me iban pasando las chicas y yo sin poder hacer prácticamente nada, me desesperaba un chorro no dar mi máximo en la ruta.

Era forzar mi pierna al máximo o era mantenerme a un paso “promedio”, y decidí terminar el maratón a un paso promedio. Si forzaba más mi pierna podría desgarrarla y dejar de correr por 1 año, como ya me había sucedido años atrás, así que me mentalicé en terminar con el tiempo que fuera. No sé si fue la mejor decisión, quizá muchos hubieran dado su máximo, quizá no, yo solo pensaba en que quería seguir corriendo, y arriesgarme a una lesión más fuerte era algo por lo que no quería pasar.

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Kilómetro 38: Logré ver a mi mamá, se adelantó unos metros y se incorporó a la ruta, pude gritarle dos veces, pero no me escuchaba, quería decirle cómo iba, que ya me quería salir, que me dolía mi pierna y que tenía mucho dolor en el tobillo y que me sentía del nabo, pero todo quedó en mi pensamiento y seguí corriendo. Many me contestó: “Tranquila, vámonos con este mismo ritmo, no le bajes, ya falta muy poco”.

Kilómetro 40: Derecho, vuelta, derecho, otra vuelta, derecho, salimos a 20 de Noviembre, derecho, rodeamos el Zócalo, y a 30 metros el arco de meta, por fin el arco de meta. 3:33, así cierro mi séptimo maratón.

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Llegué, lloré y lloré, abrace a mi mamá, volví a llorar, le dije todo lo que me había pasado, seguía llorando, me abrazaba y toda la gente me decía: “Lo lograste, ya llegaste”.

Caminé y caminé hasta llegar por mi medalla, me la colgué y al salir de ahí escuché que alguien se acercaba atrás de mí, era Many, él se salió 200 metros antes de llegar a la meta, lo abracé fuerte, y sí: también lloré con él, lloré mucho. Después nos fuimos al área de masaje, llegó ahí su novia y su mami. Cuando me terminaron de dar masajito nos fuimos al festejo: una chelita y postre nos esperaba.

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Me sentía muy mal, no me sentí satisfecha, pero ya había pasado, ya lo había terminado, ya tenía mi séptimo maratón en las piernas, así que era hora de pasarla bien y después a reflexionar todo lo que me cambió este maratón.

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Un maratón muy sufrido, un maratón demasiado emocional, un maratón que si bien no salió como yo quería, salió como tenía que salir y por eso, solo por eso mis ganas de volverlo a intentar siguen intactas. Muchas veces el maratón te deja ganar, deja que lo conquistes y otras tantas te obliga a aprender porque cuando las cosas no salen como tú quieres, estoy segura que siempre hay un hueco enorme de opciones por trabajar para mejorar, !así que a correr!

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No se vive celebrando victorias, sino superando las derrotas.

Gracias a todas las personas que me gritaban a todo pulmón, sí los escuché, y eso fue parte importante para que yo no me saliera, ¡Gracias!

Mil gracias Memo y Yeraldi por grabarme y gritarme tanto, los quiero harto.

Corre inteligente, corre con el corazón.

Janeth López. 

Maratón Internacional de la Ciudad de México 2019 (Primera parte)

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Correr un maratón es de locos, pero decidirte a correr el Maratón de la Ciudad de México es de  verdaderos hombres y de verdaderas mujeres porque no cualquiera se inscribe sabiendo, de ante mano, que los primeros 7 kilómetros serán de bajada, y que si no te sabes administrar, valdrás madres, en pocas palabras. Además, correrás por muchísimas calles de concreto y otras más de adoquín, pero todo eso -quizá- se vuelve equis cuando te das cuenta de que respirar está cabrón, porque estarás corriendo en una ciudad que tiene una altura de 2,240 metros sobre el nivel del mar, y que tiene una peculiaridad: el smog que tanto distingue a mi CDMX. Por eso, correr aquí es encabronadamente complejo, y a la vez, muy, muy chingón.

Mi entrenamiento lo disfruté como ninguno otro, y es que dicen que todos los maratones son diferentes, incluyendo su proceso, y la verdad tienen toda la razón. Son tantas semanas que todo te puede pasar: desde una lesión, un cambio de residencia, una separación –amistosa o de pareja-, hasta perder a un ser querido, y es ahí donde debemos tomar la mejor decisión desde lo más profundo de nuestro corazón: si seguimos o no, aunque casi siempre es un: “¡Seguimos!”.

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En esta ocasión, cuando empecé con mis entrenamientos rumbo al maratón, los hice con todos mis sentimientos revueltos. ¿Quién iba a decir que así mismo concluiría todo el proceso? Creo que ha sido el maratón más difícil que he corrido hasta el momento y en el que me di cuenta, hoy por hoy, lo fuerte que soy mentalmente.

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Mis entrenamientos transcurrieron de lo más increíble, acompañada de mi estupenda mamá-entrenadora en todo momento, de mis geniales amigos que sin dudarlo me esperaban por horas cuando me tocaba realizar 30 kilómetros y de mi profesional fisioterapeuta y amigo George, que fue clave en este proceso para que yo llegara al 100. Me parece que la vida te va presentando a las personas correctas, a las que -de alguna manera- te ayudarán y aportarán a tu crecimiento positivamente. ¡Mil gracias a todos los que han llegado a mi vida!

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Durante este proceso me sentí tan acompañada y protegida por Many, mi hermanito que, sin saberlo, la vida me dio para enseñarme lo bonito que es una amistad sincera, sin poses, sin reclamos, sin mentiras y sin omitir cosas que a la larga te pueden hacer mucho daño –ambos hemos aprendido y mejorado mucho-. No sé cuánto dure esta padrísima amistad, yo espero que dure muchísimo, porque amistades tan bonitas se deben conservar para toda la vida.

Creo que nunca me había reído tanto en mis entrenos de 30 kilómetros, ni tampoco había platicado tanto de todo; generalmente mis entrenamientos los hacía sola –con mi mamá, esperándome-, pero yo corría sola, y ahora que tuve compañía, lo disfruté muchísimo. ¡Gracias, Many!

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Así transcurrió mi preparación: la levantada de ley era a las 4:30 a.m. todos los días -a veces incluyendo fines de semana-, entrenamientos duros en los que muchas veces pensaba que no acabaría y asombrosamente terminaba mejor de lo que se planteaba. Mi alimentación y el trabajo de ejercicios para fortalecer musculitos, que no sabía que existían, fueron parte importante en este ciclo. En verdad, me partí la madre todos los días para hacer mi mejor esfuerzo el domingo 25 de agosto; sin embargo, no se logró como yo quería.

Creo que todos los que entrenamos con dedicación para correr algún maratón dejamos gran parte de nuestra alma en cada entrenamiento y apostamos todo sin saber cómo nos ira. Me parece que esa acción es muy rescatable del ser humano: dar sin esperar nada a cambio, apostar todo o nada. 

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En fin, les puedo confesar que el grado de frustración y coraje que tuve por lo sucedido fue directamente proporcional al grado de expectativas que me formé para mi séptimo maratón, así que ya se imaginarán lo “encabronadísima” que estaba conmigo misma.

Pero ya no los aburro más, mañana le seguimos con la segunda parte: “Crónica de un maratón frustrado”.

Corre inteligente, corre con el corazón.

Janeth López. 

Maratón Powerade Monterrey 2018. (Tercer Parte)

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Imprímele entrega, dedicación y pasión, y te quedará algo bien chingón! 

Tuve que viajar hasta Monterrey y correr su maratón para ver la magia de la Navidad, así lo pensé cuando vi mi reloj en el kilómetro 21 y marcaba 1:36 ¿Qué? Recuerdo que lo vi como 3 veces y no lo creía, incluso tuve un poco de miedo y mi cabeza empezó a viajar muy cañón, pero bueno, vamos por partes, como dijera Jack el Destripador.

Sábado 8 de noviembre: “No sientas frío hasta no ver pingüinos, tú tranquila y yo nervioso”, esa era una frase de uno de mis mejores amigos, me lo decía cuando me veía muerta de nervios y eso me tranquilizaba.

Fui tempranito por mi paquete a CINTERMEX, en Monterrey. Recuerdo que estaba chispeando un poco y hacia bastante frio, esperaba ver el gran Cerro de la Silla, pero había bastante neblina; sin embargo, no perdí la esperanza de verlo al siguiente día.

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7.1

Al entrar al CINTERMEX busqué mi fila para recoger mi número de corredor, caminé por la expo y vi los probadores de las chaquetas de finalista, así que me forme para medírmela y saber qué talla pedir al terminar el Maratón, también tenían en una vitrina la medalla, que lucía como una joya preciosa y sí que lo era. “Mañana esa medalla será mía”, pensé.

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8.1

Seguimos por la expo: compré algunos geles, unas gorritas muy padres, vi cositas lindas de corredores y me fui a mi hotel para preparar mis cosas, descansar y comer. En frente del hotel  donde nos hospedamos estaba el restaurant “Los generales”. Lo recomiendo ampliamente si van a Monterrey, los precios son súper accesibles y el buffet muy rico, -los postres buenísimos-. No pude disfrutarlo al máximo para no recargar el estómago, pero mi mamá sí y lo recomienda ampliamente también.

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(Ya tenía número de mortal, pero después la magia de la navidad me ayudo y corrí con número chiquito 114) 

Después fuimos a comprar unas cosas para cenar y al siguiente día desayunar antes del maratón. Luego nos fuimos al hotel, la tarde-noche estaba muy, muy fría, la temperatura bajó bastante y comenzó un chipi-chipi que me asustó un poco, pero bueno, ya estaba ahí, era hora de disfrutar lo que viniera.

Domingo 9 de noviembre: las mariposas en el estómago se quedaban cortas en comparación al revoltijo de emociones que sentía.

La alarma sonó justo a las 4:30 am (nada anormal para mí ja, ja, ja) fui al baño, me lavé la cara, los dientes, me cambié, me llené de vaselina por todos lados, me peiné, me puse mi gorrita, acomodé mi hidratación y mis geles en mi ropa, me coloqué el número de competidor, me puse las calcetas y los tenis, me senté un momento en la orilla de la cama e hice un poco de ejercicios de respiración para  los nervios, y luego conteste algunos mensajes de mis amigos más cercanos. Inyectada de mucha buena vibra, muchas palabras bonitas y energía a tope, me fui directo al Parque Fundidora, ahí sería la salida.

Al llegar, fui al baño, es la primera vez que veo tantísimo orden y limpieza, pero lo mejor: no había fila para pasar, así que aproveché para visitar los baños como 4 veces (creo que era por los nervios, más que por otro cosa)  Por lo que vi ahí, los baños fueron punto de encuentro para todas las chicas, llegaban con pijama y salían como corredoras, todas muy monas, se arreglaban, se peinaba, algunas se maquillaban y se iban, parecía pasarela de top model corredoras ¿Habrá pasado lo mismo en el baño de los hombres? Creo que nunca lo sabré.

Luego de pasar al baño me fui a calentar bastante porque el frío estaba denso, aunque no tanto como lo sentí en la ruta. Afortunadamente, mi mamá me acompañó y pude darle mi playera ya faltando unos cuantos segundos para salir.

Todo pasó tan rápido: le di a mi mamá mi playera, no sabía si ella estaba más nerviosa que yo, quizá sí, pero se aguantaba, me dio un beso y mi abrazo, entré a mi bloque y justo en ese momento empezó el Himno Nacional Mexicano.

Todo se veía increíble: el arco de salida era una cosa espectacular, tenía mucha luz, yo estaba muy embobada con todas las luces cuando sentí una mano en mi hombro, y con un tonó medio cantadito, me dijo: ¿Oye, qué tengo que hacer para tener unas piernas cómo las tuyas? Correr, le respondí ¡Pero yo corro mucho y no las tengo igual que tú! Le sonreí, sonó un disparo y segundos más tarde ya estaba corriendo mi maratón número 6.  La salida la dieron con un chorro de pirotecnia roja, fue una salida como pocas, muy parecida a la de la Ciudad de México cuando la salida era en la avenida 20 de noviembre.

¡Aquí viene lo mero bueno!

Kilómetro 5: lo pasé a la orden de la entrenadora, me sentía bastante bien, respiración, primera hidratación, todo bien, ahí vi a mi mamá gritándome muy emocionada: “¡Vas bien morenita, tranquila!”.

Los primeros kilómetros te sientes a toda madre: reservada, sonriente, saludas, hasta hablas e incluso alzas los brazos para enseñar el pulgar.

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Kilómetro 10: En el kilómetro 6 vi a Roció Pulido, una de las mejores corredoras de Monterrey y la verdad no dude en pegarme en su grupito, pasamos el kilómetro 10 en 46 minutos  y pensé: “Nada mal para ir por un maratón, morenita, ¡esto apenas se está cocinando!”.

Aquí aún vas alegre, respirando tranquila, pensando en cosas chiditas y emocionantes.

9.0

Kilómetro 15: Seguía en el grupito de Rocio, me sentía bastante bien, relajada, la respiración bien, las piernas bien, todo bien y en orden. Pase en 1:08, mi mejor tiempo en 15 kilómetros.

Quizá este es el primer maratón en donde me concentro al 100, trate de enfocarme en mi respiración, en mi zancada, en mi braceo, en no perder el ritmo. Me sentía muy segura, muy diferente a los 5 maratones pasados.

9.1

También es el primer maratón en el que me olvidé totalmente de ir admirando por dónde iba pasando, esta vez no pude apreciar la ciudad de Monterrey corriendo, pero prometo regresar.

Aquí aún vas respirando, pensando y corriendo.

9.2

Kilómetro 21:  Veo mi reloj y dice: 1:36, lo vuelvo a ver incrédula de que ese era mi tiempo, doy dos zancada más y lo vuelvo a ver, 1:36 sigo, veo a la gente alegre y gritando: “¡vamos, chingones!” Sonrió y vuelvo a ver mi reloj más adelante: 1:36 ¿es neta? ¿No o sí? Lo vuelvo a ver: 1:36 y ahí es cuando reacciono, ¡pues sí, ese es mi tiempo pasando el 21! y te dijeron que pasaras a 1:40 ¡estás bien güey, Janeth! A partir de ahí muchas cosas pasaron por mi cabeza.

9.3

Y si me trueno, y si le sigo, y si le bajo, y si no puedo. Era momento de tomar decisiones y lo hice: Bajé no considerable mi ritmo, pero sí un poco. Me pase atrás de Rocío y dejé que se fuera unos 200 metros. Ahora necesitaba soportar el ritmo, y el objetivo de ahí hasta llegar al arco de meta era no bajarle por ningún motivo. Me estresé un poco, lo confieso, y pensé en lo que me dijo un día mi entrenadora: “Necesitas creértela más”, y eso fue lo que hice, era hora de creer más en mí, de creer que podía, y si me sentía bien hasta ese momento era porque podía soportar ese ritmo.

Decidí ya no ver el reloj hasta pasar los 30 para no estresarme y pasé al modo que me enseñó mi entrenadora: “Sentir mis piernas”, parece de risa o de juego, pero en verdad funciona, tus piernas te hablan y aprendes a sentirlas; es muy importante para guiarte en tus entrenos y competencias.

9.4

La primera parte del maratón estaba cumplida, se venía la segunda parte y en donde el maratón se cobraba todo: las veces que no entrenaste, las malpasadas, las desveladas, el no alimentarte bien, el salir demasiado rápido los primeros kilómetros, etcétera, etcétera. Aquí aún coordinas.

Kilómetro 25: ¡Estas no son bajadas, son empinadas! ¿Qué onda con estas bajadas? Entre subidas, bajadas, vueltas y más vueltas, subidas y bajadas, perdón, empinadas, mis piernas se me estaban cansando. La ruta honestamente no esta tan padre, no era nada de lo que me contaron y tampoco lo que me imaginaba, yo en mi modo fastidiosa ya estaba renegando de tanta bajada.

Así como subías eran las bajadas (empinadas) y si ya de por sí estaba golpeada del adoquín, las bajadas me estaban martirizando las piernas.

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Ahí unos chicos estaban dando agua, trate de tomar una, pero se me cayó, más adelante jalé otra y nuevamente se me cayó; sentía que necesitaba tomar un poco más de agua, total que iba corriendo con la idea de que se me había pasado un abastecimiento sin tomar agua, pero metros adelante un chico tocó mi cintura, me asusté y mi reacción fue dar un pequeño gritito y me hice a un lado, el chico se sacó de onda y me dijo: “Vi que necesitabas agua”, le di las gracias y un disculpa, él muy amable me dijo: “¡vas muy bien, eres la chica número 19!”. Yo seguía corriendo y solo le sonreír y voltee un poco a verlo para darle nuevamente las gracias.

Luego de ese momento, recordé lo sucedido en mi entrenamiento en la montaña, por un instante mi respiración se ajito y lloré, pensé en lo miserable que era ese tipo y me dio mucho coraje, volví a sentir cosas feas y de pronto siento un dolor en el estómago: el típico “dolor de caballo” estaba a punto de hacer su aparición. “No puede ser”, pensé.

“Tanto tiempo de entrenamiento para bajarle por un pinche dolor de caballo, no lo puedo permitir, no lo puedo permitir”, me repetía.

Qué complicado se me hizo sacar estos pensamientos de mi cabeza; sin embargo, recordé lo que un amigo me dijo: “Jan, cuando te sientas agobiada por algo, cuenta del 1 hasta el primer pensamiento positivo que se te venga a la mente”, y así lo hice, saqué los pensamientos innecesarios que me consumían energía y empecé a hacer respiraciones para controlar el dolorcillo.  Eso ha sido mi talón de Aquiles: controlar las emociones. Más de una vez me ha pasado y no aprendo, me pega mucho y me desconcentro horrible cuando dejo salir mis emociones antes de terminar una carrera, en la ruta siempre trato de controlarme, de disfrutar, pero siempre controlándome porque sé que me merma mucho.

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Por ahí del kilómetro 28 sentí un mendigo frío de la chingada, las manos las sentía congeladas y me costaba un poco más abrir la zancada, no sabía si era por el cansancio ya de los kilómetros o por la baja de temperatura.

Aquí ya vas luchando con tus miedos y pensando en cosas padres –como los entrenos- para contrarrestar el cansancio.

Kilómetro 30: ¿A qué hora se acaba esta masacre? Pinches bajadas del demonio, nunca he sido fan de las bajadas y en verdad le sufrí muchísimo con esta ruta, entre el cansancio y la baja de temperatura, ya mi cuerpo estaba sufriendo los estragos del cansancio.

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2:17 ¿Qué? Mi mente empezó hacer cuentas, estaba emocionada y muy motivada, jodidamente cansada, pero muy motivada. “Si continúo con este ritmo y pasó el kilómetros 37 a 2:50, seguro sacó un 3:15”, pensé.

“Sí puedes, Jan, sé que puedes. Tienes que poder chingá”, yo hablando con mi yo dudosa.

Aquí o te levantas y te motivas o te caes y bajas el ritmo terrible. El kilómetro 30 es clave para la mayoría de los corredores en un maratón. 

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Kilómetro 35: “¡Vamos, Morenita!” La voz que necesitaba escuchar, mi entrenadora apareció por fin, me dio hidratación y un gel, me lo comí todo, siguió conmigo un momento y seguí, iba muy concentrada, aferrada a pasar el kilómetro 37 a 2:50, así que ahí aumenté un poquito el ritmo aunque yo sentía que iba como tortuga, no dejaba de sentir frío y el agua que daban en los abastecimientos estaba hasta con escarcha.

Aquí continúe con la parte psicológica: ¡Échale, Jan! me dije.

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Kilómetro 37: “2:52, sé que puedo lograr el 3:15, sé qué puedo lograrlo, puedo hacerlo”, así me seguí los últimos 5 kilómetros y lo que nunca hago: ver mi reloj en cada kilómetro, mi meta era hacer 3:15 y nadie ni nada me iba hacer cambiar, “¡Solo aguanta, Morenita! Ya son 5 kilómetros”, continuaba hablando conmigo misma.

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Ya a estas alturas de kilómetros vas pensando en que ya quieres una cerveza, aunque no tomes.

Kilómetro 40: “Sí lo puedo lograr, solo me faltan dos kilómetros y 195 metros. ¿Por qué no son solo 42 y ya? ¿Por qué 195 metros?”, iba haciendo preguntas ya un poco incongruentes y fastidiosas.

Aquí ya hasta te avientas una que otra grosería tratando de motivar tu ego, tus piernas, tu orgullo, algo que no sabes qué, pero tú quieres motivar para que te sea más leve esos 2 kilómetros 195 metros restantes, incluso te dices: “Ya hiciste todo, no mames, ya llegaste, solo un jalón más”

¿Quién no se ha dicho groserías en la ruta o faltando algunos metros para llegar a la meta? Por supuesto que a estas alturas cualquiera las dice o las piensa para motivar, quizá, su cerebro y que despierte.

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Kilómetro 42: “Madres, ¿otra pinche subida?”. Hoy me rio porque era una subidita de 20 metros, pero juro que la sentí como de un kilómetro.

Del kilómetro 42 hasta antes de llegar a la meta fueron lo máximo, porque mi bipolaridad fluyó como nunca.

A mi diablo y mi ángel se les ocurrió que era buen momento para discutir mi estado físico, así que mi mente me bombardeó de muchos pensamientos: “¡Dale, dale Jan”. “Corre más”. “Abre, chinga”. “Esto está muy cabrón”. “Ya no puedo abrir, me voy a este mismo ritmo”. “Jálale”. “Nel, ya no puedo”. “Que esto se acabe, me duelen las piernas, ya no siento la espalda, mis brazos me duelen, quiero gritar”. “Pues grita”. “¿Por qué pusieron tan lejos la meta?”. “No la veo”. “Ya quiero terminar”. “Creo que tengo muchas ampollas, mis dedos me duelen”. “No llego, ya no doy un paso más”. “Tengo mucha hambre, tengo frio”.  “Un jalón más y termino”. “¿Por qué pusieron esta subida del demonio?”. “Ya quiero acabar”. “Ya llegaste, Jan”. “Tengo hambre, quiero comer, quiero una cerveza, pero si ni tomo, bueno un helado, un helado gigante, quiero comer”. “Quiero mi cama, un baño, me siento pegajosa”. Y al pasar esa subidita, que en realidad era como 20 metros, pero ya iba cansada, abrumada y fastidiada, di vuelta y a unos 50 metros vi un arco con el texto: “META”

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No paraba de reír y de llorar, le di la mano a mi mamá y juntas volvimos a entrar a una meta de maratón.

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Fue tan bonito ver mi tiempo: 3:15, lo único que quería hacer en ese instante después de llegar a la meta era abrazar a la mujer que me apoyo día y noche: mi madre y entrenadora. Lloré como una niña, le agradecí a mi madre, no por ese tiempo (también) más que eso era por sacarme de esa zona de confort que tanto me había costado salir, por llevarme a tope  en los entrenos y confiar en mí, le agradecí su apoyo, su luz, su magia, su experiencia, su amor.

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Después todo fue alegría y más alegría: La Morenita había cumplido una meta más.

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Pasé por mi hidratación, mi medalla,  y a lo lejos escuché una voz de unos chicos que estaban regalando taquitos en la expo: “¿Quieres unos?” Enseguida dije sí. No sé cómo me habrá visto porque me dio 4 taquitos que disfruté a lo máximo mientras esperaba mi turno en la tina de hielo.

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Luego de esos 3:15, lo único que quería era comer, ponerme algo calientito y bañarme.

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Monterrey, me hiciste ver mi suerte con las empinadas de tu ruta, pero te agradezco toda la experiencia.

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Corre inteligente, corre con el corazón.

Janeth López.